Lo que en Alquimia se conoce como «La Gran Obra» se representa como el proceso de transmutación del plomo en oro.
El Alquimista trabajaba sobre sus alambiques, supervisando magistralmente la transformación del plomo en estaño, del estaño en hierro, del hierro en cobre, del cobre en plata y de la plata en oro.
La documentación de los Alquimistas sobre estas etapas de transformación es muy compleja y misteriosa, y es evidente que, sea lo que sea, este proceso de la Gran Obra se consideraba con la máxima gravedad y respeto.
El reto fundamental al que se enfrentaba un Alquimista en esta tarea es el de transformar una sustancia de escaso o nulo valor en una de altísimo valor.
De hecho, en algunos casos, el Alquimista ni siquiera utilizaba el plomo como «materia prima», sino que empezaba con un material de base pútrido, ¡como excrementos o carne podrida!
La tarea consistía en extraer, purificar, destilar lo divino de la sustancia de partida y quemar todo lo que diluía su perfección sin dañarla en modo alguno.
No el oro común
Hay motivos para creer que los alquimistas realizaban realmente experimentos químicos de este tipo, pues la ciencia moderna tiene sus raíces en las operaciones de estos pioneros.
Sin embargo, muchos han afirmado que el verdadero valor de los escritos alquímicos sobre la Gran Obra no reside en su contribución a la ciencia, sino en su aportación a la espiritualidad.
El psicoanalista Carl Jung no creía que los alquimistas estuvieran registrando la evolución de la transformación de sustancias en vasos de precipitados y alambiques, porque a menudo escribían explícitamente: «El nuestro no es el oro común «. Esto implica que el valor de su producto no podía medirse en términos terrenales.
Jung supuso entonces que sus aspiraciones no eran materiales, y que su moneda proporcionaba un valor espiritual o de otro mundo, más que financiero.
Jung llegó a la conclusión de que los alquimistas escribían -sabiéndolo o sin saberlo- sobre las etapas de transformación que se producen en la psique y en el campo energético humano.
En pocas palabras, escribían sobre el proceso de sublimación.
La sublimación -es decir, sublimar algo- es un proceso psicológico de elevación.
Sublimar es elevar o exaltar la energía psíquica a un nivel superior de conciencia.
Lo hacemos todo el tiempo con nuestros instintos carnales, emociones poderosas o impulsos primitivos.
El miedo, la agresividad y la pena suelen sublimarse en energía enfocada o «impulso», a medida que transformamos estas poderosas emociones en el combustible que nos impulsa hacia lo que queremos.
El resentimiento, cuando no le permitimos salirse con la suya, puede sublimarse en compasión, donde la energía puede descargarse en un plano superior.
Abstenerse de comer es una antigua técnica de sublimación, ya que la carga psíquica generada al reprimir el apetito acaba transmutándose, induciendo un estado de conciencia elevado.
Este proceso de sublimación está representado en las antiguas enseñanzas hindúes del yoga Kundalini.
Una serpiente enroscada -el poder vital primordial- reside en los chakras inferiores.
El objetivo de este yoga es elevar este poder desde los centros energéticos inferiores, más primitivos y carnales, hasta los espirituales superiores.
De este modo, idealmente, nos liberamos de la esclavitud del ansia, el apetito y el apego a los placeres mundanos hacia la liberación del éxtasis espiritual y la sabiduría.
Sin embargo, una serpiente es un poderoso depredador, y desatar este poder puede ser extraordinariamente peligroso y destructivo si no se maneja adecuadamente.
Alquimia y Arte
Todo proceso artístico o creativo es fundamentalmente alquímico, pues es la sublimación de la experiencia ordinaria en una formación perfecta de Belleza.
La materia prima en este caso es la emoción ordinaria y mundana del artista.
Por supuesto, esta materia prima no tiene valor para nadie, ya que se reduce a nada por sí misma.
Sin embargo, en manos del artista alquímico, las emociones del individuo pueden exaltarse y sublimarse en una obra de arte que hable en nombre de toda la humanidad, e incluso puede cambiar el curso de la historia.
Un libro, una pintura, una canción o una película tienen el poder de esculpir la trayectoria de la civilización humana de un modo que ningún discurso político puede ni siquiera aproximarse, pues el arte habla directamente al corazón en el lenguaje del espíritu.
Tal es el poder del arte que -incluso en una época en la que se presta muy poca atención públicamente a la importancia de la belleza- las mercancías más caras a la venta son cuadros y estatuas de nuestros artistas más apreciados, y los lugares más caros para vivir son los que tienen la arquitectura más majestuosa y las mayores atracciones culturales.
Pero incluso la Capilla Sixtina se construyó con el plomo sin valor de la prosaica emoción de un hombre corriente.
Los alquimistas dividieron el proceso de transformación en siete etapas.
Estas siete etapas tienen sus corolarios en el proceso artístico.
1. Calcinación
Durante la Calcinación, se prende fuego a la materia prima y se reduce a cenizas.
Se trata de un proceso de purificación, en el que se eliminan los compuestos impuros.
Esta etapa representa la experiencia del mundo real que ha inspirado una obra de arte.
Se ha prendido fuego al artista, y la experiencia del mundo real ha quemado los conceptos erróneos, las ilusiones o la fantasía.
Esta prueba de fuego proporciona el grano de arena que puede convertirse en una perla de sabiduría.
2. Disolución
En la segunda etapa, el Alquimista sumerge la ceniza en agua para que se disuelva.
Esto representa una rendición de la voluntad consciente en el trabajo creativo.
En esta etapa, dejamos que nuestra inspiración vaya donde quiera, aunque no entendamos cómo podría funcionar o qué podría significar.
Al igual que el agua es fluida e informe, durante esta etapa el artista no se preocupa por los límites o las fronteras.
No necesita tener sentido; sólo necesita atraernos.
3. Separación
Es una etapa de tamizado y filtrado.
Durante la Separación, el Alquimista y el artista aíslan lo que merece ser salvado y descartan lo inservible.
4. Conjunción
Durante esta etapa, el Alquimista pudo crear el primer compuesto orgánico, es decir, los elementos dispares reunidos en un todo.
En el proceso artístico, esto puede manifestar el «primer borrador» de la obra, o al menos la primera vez que se vislumbra cierto sentido de holismo.
Ya no es un color aleatorio, sino una pintura de algo.
Ya no es ruido caótico, pues aparece algo parecido a una melodía coherente.
5. Fermentación
Esta etapa aporta un aumento de potencia mediante la putrefacción o descomposición.
Al igual que el alcohol adquiere su potencia mediante una especie de putrefacción, una obra de arte se eleva mediante la «fermentación».
En esta etapa, el artista madura y concentra la obra dejando que mueran partes de ella.
A veces hay que dejar las partes favoritas en la sala de despiece para que la obra encuentre su plenitud; o como dijo el gran escritor William Faulkner, debes ser capaz de «matar a tus queridos».
6. Destilación
En esta etapa, la sustancia se hervía repetidamente y se recogía su condensación.
El producto final es una esencia altamente concentrada.
Aquí el artista refina y purifica la pieza, que en gran medida está completa, excepto en los detalles minúsculos.
Esta es la etapa de perfeccionamiento de las pequeñas florituras que hacen que una obra sea de una belleza excepcional.
7. Coagulación
La coagulación -la unión- es la última etapa de la Gran Obra alquímica y la culminación de la creación.
Aquí asistimos a la maravilla de la sublimación, pues nuestro impulso original es a la vez perceptible y totalmente irreconocible en el tesoro alquímico que brilla ante nosotros.